Hay ciclos que se cierran, campeonatos que terminan, vestuarios que enmudecen. Cada ciclo que finaliza tiene la particularidad de dar comienzo a uno nuevo, igual que el ciclo de la vida, un eterno retorno. En este campeonato algunos equipos ganaron, otros perdieron. No podemos negar que unos han jugado mejor que otros, pero siempre existe un solo ganador. Así es el deporte.
Ganar o perder es una consecuencia del deporte. La victoria es el resultado de un partido y es bienvenida, pero no debe ser una búsqueda incesante de ella. Ganar no asegura el siguiente partido o el próximo campeonato, sólo es un peldaño en una escalera sin fin.
La derrota es difícil de asimilar, algunos lloran, otros se aíslan, unos cuantos se encierran, y ante la confusión es difícil sacar conclusiones. Es complicado comprender que luego de haber dado todo en cada entrenamiento, de mantener una férrea disciplina en nuestras conductas, con los sacrificios y tiempo que esto conlleva, y en unos instantes… todo se esfuma, en sólo ochenta minutos. Más nunca olvides que son las posibilidades de lo humano.
Muchas veces se soporta mejor la derrota cuando nos damos cuenta de que más allá de los resultados hemos dado todo de nosotros, que hemos trabajado al máximo y eso no es ser un perdedor. Jugar es arriesgarse a perder. Sería más fácil no intervenir, aislarse, jugar de afuera evitando el hacerse cargo que soportar la derrota de frente, poniendo el pecho cuando más se lo necesita.
Hay mucha diferencia entre un equipo ganador y otro exitoso. Puedo ser exitoso sin ganar. El éxito es un sentimiento, no es un objetivo. Ser exitoso no se es sólo por momentos o en situaciones de triunfo. El éxito es la paz mental, es la satisfacción de saber que se ha hecho lo máximo para llegar a ser lo mejor que uno es capaz. Implica una forma de vida, es una manera de pensar y actuar. Exitoso es el individuo o el equipo que ha logrado cumplir las metas que se ha propuesto. Uno de los tantos objetivos de todo equipo es llegar a las finales y muchos lo han conseguido. El sentimiento de perder, de fracaso, de derrota es subjetivo, donde cada jugador le otorgará una diferente interpretación.
Para equipos o deportistas exitosos, perder es una oportunidad para crecer y aprender. Ellos no se quedan en el fracaso sino que aprenden de sus errores, sabiendo que son esas mismas circunstancias las que los acercan a diferentes metas. Gracias a las derrotas podemos superarnos ya que competir por nuevos objetivos es lo que nos pone a prueba y nos da una identidad diferente como personas.
La verdadera motivación consiste en sentir cada partido, no sólo cuando las cosas van bien, sino también cuando van mal. Cuando en un equipo se cumplen las evaluaciones propuestas por los entrenadores, y los objetivos del rendimiento se van alcanzando, el ganar o perder queda en un segundo plano. De esta manera, se refuerza la actuación del deportista en aquello que depende solamente de él, desarrollando sus capacidades y habilidades, y, por lo tanto, al poder reintegrarlo en esta nueva percepción de control, disminuye su estrés, automatiza sus movimientos, libera la presión de su mente, la creatividad fluye y el resultado positivo viene solo.
Siempre tenemos tendencia a subestimar los logros alcanzados y el esfuerzo puesto en práctica, rebajando la imagen de nosotros mismos. Pues bien, hemos perdido… ¿y qué hacemos con todo lo entrenado, el sacrificio de cada martes y jueves, los momentos de llanto y alegría con el equipo, el saber que todavía se puede, la esperanza depositada en esos últimos partidos? Toda etapa debe cerrarse, significarse. La angustia surge cuando dejamos espacios abiertos al pensamiento dejando que nuevas palabras se entrometan y dando lugar así a distintos significados, generalmente negativos.
Esto es lo que hemos logrado y, más allá del resultado, estar dispuesto a seguir luchando, pero no por el logro de un trofeo más en nuestras vidas, sino por el sólo hecho de mejorar, de tal vez formar parte de una leyenda, de una división, donde la reactualización del pasado se transforme en la construcción de un futuro.
Un equipo está sujeto a lo que fue pero también a lo que será. Hoy es una carencia, una falta, pero dentro de unos meses, ya en la pretemporada, será una nueva esperanza. Llegar otra vez a la etapa final, será el objetivo. Y la historia volverá a repetirse. Acaso, ¿la vida no es un continuo ir y venir, caerse y levantarse, llorar y reír, pérdidas y ganancias? Solamente sufrimos por aquello que nos importa, y “eso” que nos importa es lo que nos pone de nuevo de pie; es ese sentimiento que nos hizo vibrar en cada pase, en cada tackle, en cada try.
El presente sólo tiene sentido cuando puede ser medido con las vivencias del pasado para ser proyectadas hacia el futuro. Y tener futuro es poseer un horizonte posible.
Los humanos somos una especie muy particular, con demasiada facilidad para tirarnos abajo en nuestra autoestima al restar o subestimar la importancia de los éxitos que hemos tenido en nuestra vida deportiva. Siempre se recuerda lo negativo. Cuando le pregunto a un jugador que me relate el último partido hay una tendencia a explicar las malas jugadas. Los errores son esperables en todo partido, pero ¿y qué pasó con todas las buenas jugadas que realizamos? ¿Es que ésas no forman parte del partido? ¿Por qué no empezamos recordando lo bueno, aceptando los errores, aprendiendo de ellos para no volver a cometerlos?
Lo que tenemos que hacer es olvidarnos de la supuesta insuficiencia y comprometernos a darle un nuevo giro a nuestro pensamiento, saliendo rápido de la crisis en lugar de seguir revolcándonos en ella. No debemos quedarnos en el dolor, debemos transformarlo en una nueva esperanza.
Sí, el resultado es importante, pero haber cumplido los objetivos es lo que define a un equipo exitoso. Debemos superar este estado de desvalimiento mostrando que sí, que se puede, que hay nuevos caminos para ser transitados. Estos saberes a estrenar serán incorporados al proyecto del éxito. Lo que se perdió ayer, no necesariamente implica que se perderá mañana como si fuese un determinismo histórico. Hacer frente a las adversidades es una manera de lanzarse al futuro. Esto también está dentro de la fortaleza de un jugador de rugby.
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