jueves, octubre 22, 2009

El cuerpo está al servicio del club


Esta vez es un artículo escrito en la red por Mario (al que agradecemos).

En la semana se ha discutido y mucho que está bien y que está de más decir (por lo de Diego).

En el fútbol Todos opinamos Todos somos directores técnicos y hasta los periodistas creen que pueden ocupar el espacio central cuando solo ese es parte de los fútbolistas.

Con tantas horas que llenar y por la popularidad del juego se mezcla la vida deportiva los affaires amorosos y lo que se cree que fue dicho.

A nadie se le puede ocurrir (creo que nadie, es una palabra grande y no hay que usarla) que en el Rugby los periodistas especializados pudiesen decir "No están jugando a nada", "El técnico fue un gran jugador pero dirigir..." y otras barbaridades por el ejemplo.

A lo sumo se dice "falló en la marca" o "no pudieron con la presión del rival".

No se les ocurriría decir, tuvo miedo de ir al piso, o no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Eso acá no pasa porque.... el Rugby no es el deporte Nº 1 del país porque sino habría mayor número de canales transmitiendo, más partidos y más periodistas y ahí (imaginando) las corporaciones periodísticas actuarían de la misma forma.

O bien, el Rugby está formado en el respeto, en los valores y eso lo distingue sobre el balonpie.

Acá la nota, es de España...

Marcelo


El cuerpo está al servicio del club

MediaPunta me invitó a reflexionar sobre las diferencias entre el modo en que un jugador de fútbol juega y se entrena, y la forma en que lo hacen los jugadores de rugby. Todo sobre el fondo de una entrevista en la que el preparador físico del Recreativo hablaba de la implicación en unos y otros. Naturalmente el juicio me salió escorado del lado del rugby, pero cualquiera hubiera hecho lo mismo. Ahora... esta mañana tuve una larga conversación con Pablo Aimar, sin micrófonos ni grabadoras por el medio, y sé que si este artículo lo hubiese escrito después de esa charla habría girado un poco más la perspectiva o hubiera dejado fuera algunas de las afirmaciones de más filo. Pablo es el futbolista más verbalmente inteligente con el que me crucé nunca, capaz de sobreponerse a los lugares comunes en los que todos nos movemos y abstraer algunas verdades íntimas, sinceras, universales en el fondo, sobre el oficio del futbolista, ese suceso tan extraño que constituye la idolatría, las responsabilidades de la Prensa, el negocio de Hollywood que mueve este juego y su convivencia con los sentimientos (los propios y los de la gente que mira). Yo fui un poco cínico en un artículo el otro día y los cínicos, dijo Kapuscinsky, no sirven para este oficio. Pablo piensa igual que el periodista polaco, del que por cierto leo ahora Un día más con vida. La conversación con Aimar fue enriquecedora, espero que para los dos; eso sí, un par más como la de esta mañana y el Cai me convence para retirarme del periodismo. Te digo que no sé si no debería arriesgarme... Dejo lo de MediaPunta.

El cuerpo está al servicio del club

Siempre se dijo que el fútbol es un deporte de caballeros practicado por villanos, y el rugby un juego de villanos practicado por caballeros. Pedro Píriz, preparador físico del Recreativo, trabajó para un equipo de rugby e intenta trasladar al fútbol el modo en que los jugadores del balón ovalado viven, sienten y practican su deporte. Pero es en vano. Los futbolistas, razona, han olvidado la motivación inicial que los impulsó a ser jugadores de élite. En el rugby se dice que el cuerpo está al servicio del club. Pero... ¿quién está al servicio de quién en el fútbol?

Uno recuerda haber encontrado en Buenos Aires a un taxista al que no le gustaba el fútbol, pero en general en Argentina ese tipo de cosas no ocurren: a todo el mundo le gusta el fútbol de una manera apasionada, casi irracional. Sin embargo, durante el pasado mes de septiembre se coló en el imaginario popular argentino cierta quiebra de la fe en el fútbol y los futbolistas, como si alguien hubiera abierto una ventana o iluminado alguna verdad oculta en la sombra. De tan relativa epifanía tuvieron la culpa los Pumas, la selección albiceleste de rugby, que ganó a algunos de los mejores equipos del planeta en el Mundial de Francia. No era sólo una glorificación atlética; tenía que ver con valores morales: el esfuerzo, la superación, la solidaridad, la entrega sin condiciones. En un momento dado, hasta la prensa política llegó a conjeturar que lo más cierto y noble del ser argentino estaba resumido en los Pumas. Si el país fuera como los Pumas..., suspiraban.

Esa admiración es típica en el rugby, un deporte que gusta incluso a quienes no lo entienden. Pero hay quien quiere ir más allá en la contraposición entre fútbol y rugby, dos deportes por cierto de rama única. Pedro Píriz, preparador físico del Recreativo de Huelva y profesor de Entrenamiento Deportivo en la Universidad de Sevilla, trabajó durante una temporada con el Monte Ciencias, equipo sevillano de la División de Honor de rugby, y reconoce que aquella experiencia varió su percepción: "En mí hay un antes y un después del rugby -decía en una entrevista en el Diario de Sevilla-. El concepto de jugar es exclusivo del rugby. Es donde mejor se produce lo que yo llamo la transformación, que otros le dicen implicación, etc. El jugador de rugby es otra persona cuando juega o se entrena. Yo lo aplico ahora al Recre, pero el fútbol es muy diferente". ¿Cuál es esa diferencia?

Alguien que ha jugado al rugby (y al fútbol) intuye que esa transformación de la que habla Píriz no es una actitud tanto como una necesidad. Nace de la pura naturaleza del deporte del rugby. Su condición grupal (casi tribal, como se puede advertir por el modo diferencial en que los jugadores escuchan los himnos de su país antes de un partido) opera en el rugbier a todos los niveles. El fútbol tiende filosóficamente al individualismo, precisa de héroes solitarios y los corona. El rugby supone la glorificación del colectivo. Por convicción y, otra vez, por pura necesidad. Raul Fain Binda, articulista de BBC Mundo, escribió un hábil y preciso corolario de las diferencias entre ambos deportes. En él escribía: "El rugby, mucho más que el fútbol, es el juego de equipo por antonomasia. Un futbolista solo en medio del campo puede ser Maradona, Pelé, un individuo, un genio. Un rugbier solo en medio del campo es un náufrago, un pobre infeliz, la víctima de un asalto".

Se dice que alguien juega al fútbol o juega al rugby, pero cualquiera que haya practicado el rugby sabe que ese término, jugar, no refleja de forma estricta la dimensión de lo que ocurre en el campo. El fútbol tiene aparejado un componente lúdico y estético del cual carece el rugby. Los entrenadores de fútbol suelen invitar a sus jugadores a "divertirse" en el campo. Cruyff y Rexach decían: "Para jugar al fútbol no se debe sufrir; Lo que se hace sufriendo no puede salir bien". Ese factor es decisivo. En el rugby no hay juego, hay acción. Si acaso, incurre en la misma contradicción que el llamado arte de la guerra. No hay posibilidad artística en algo atroz como la muerte; ni componente de diversión en un juego dedicado a la victoria por el sufrimiento o, en el peor de los casos, al sufrimiento por el sufrimiento. Una significativa particularidad: en el rugby no existen los partidos amistosos. En ninguno de los sentidos del término.

Para saberlo basta estar en un vestuario de fútbol y en uno de rugby, no importa la categoría del partido. En el rugby el equipo se viste en silencio, inmerso en un ritual de vendas, linimento, cremas calentadoras, masajes, cinta para sujetar las torsiones articulares, esparadrapo, fundas en los dientes, vaselina en el rostro, balones golpeados contra los hombros, cuellos en violentas rotaciones, miradas obtusas, tensión en las voces, letanías de embrutecimiento. Cuando un jugador de fútbol se pone una camiseta, se está vistiendo con una parte del producto que él mismo constituye. Cuando un jugador de rugby se pone una camiseta, se está envolviendo en una bandera o en una armadura. La camiseta comunica valores que hay que defender y actúa como coraza que aprisiona el esqueleto, haciéndolo duro, intocable, resistente, poderoso.

El futbolista, en ese instante antes de salir al campo, quiere ganar y hacer gol, por ese orden; el del equipo de rugby se ve obligado a anteponer una necesidad mucho más primaria: quiere ser piedra. Y piedra generosa: que me tackleen a mí y tú marca el try. Ese anhelo obliga a aparcar la conciencia, a suprimir cualquier pensamiento superfluo: eso es lo que se llamaría implicación o mentalización. Tal actitud no implica una anulación de la inteligencia. Todos los deportes deben ser ejercidos como una ciencia con leyes propias, por tanto con inteligencia. El rugby, aunque parezca sólo una reunión de brutalidades, no es diferente. Para jugar hay que pensar. La autora francesa Françoise Sagan anotó: "No me gusta el rugby por violento, sino por inteligente".

Un tirador deportivo de precisión sabe que no puede competir sin concentrarse; de la misma forma, un rugbier asume el castigo que implica el partido y de forma automática su mente se dispone para ese fin. Pedro Píriz lo resume así: "El mayor problema del fútbol es que se olvida esa transformación. El jugador gana muchísimo dinero, tiene la vida solucionada y no recuerda que aquella transformación que hacía en sus inicios fue la génesis de su estatus actual. En el rugby no te olvidas porque no es que pierdas, es que te hinchan a palos". La célebre presión que soportan los futbolistas sólo es un reflejo abstracto de un anhelo colectivo. A la hora de la verdad, hace poco contra una cuenta corriente repleta o frente a la posibilidad de cambiar de club si el barco se hunde o las cosas no son como uno las quiere.

La superioridad moral del rugby, si queremos entenderla así, proviene de esta certeza: todo lo que ocurre es verdad. Rigurosamente cierto. No queda lugar para la simulación. Tampoco se puede jugar al escondite. Si sales al campo, estás en el campo. Si estás en el campo eres susceptible de ser derribado, apaleado, mordido, atacado, frenado, hundido, golpeado, retorcido, aprisionado y demolido. "En los scrum pueden ocurrir cosas espantosas, que dejarían a un futbolista en cama por dos meses. Al ser de contacto directo, de impacto, el rugby es mucho más violento que el fútbol y justamente por eso los jugadores se quejan menos", analiza Fain Binda. Un futbolista que no mete el pie corre el peligro de que lo llamen pecho frío, pero se expone sólo a ese riesgo relativo: a los 30 segundos, el pecho frío puede tirar un caño, reírse del contrario con un gol anotado con la mano o producir una maravilla fugaz en el borde del área. Su perdón es el mismo perdón que se le otorga al virtuoso malhumorado del piano, al científico loco o al literato recluido en un malcarado silencio. Los futbolistas gozan de la bula de los genios. En el rugby, la cautela está prohibida. Nadie te llama pecho frío. Directamente alguien, incluido tu espejo, te dice: "Me parece que tú no puedes jugar a esto".

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